domingo, 3 de febrero de 2013

Alí Babá

Al principio, lo ví como un juego. Ya lo había platicado con mi amigo Leonardo, un idealista como yo (a los 20 años todos somos idealistas). Trabajar en una casa de bolsa era de alguna forma poner mis aptitudes al servicio de la acumulación de riqueza por parte de unos cuantos, en detrimento de otros.
Aptitudes que, por otro lado me facilitaron destacar en un entorno de mediocres pero al mismo me fue aislando de ese mismo entorno. No había ni uno nadie con quien compartir mis "verdaderos" ideales. Era un "caso raro". Alguien que, con un sueldo relativamente decente, no traía un "buen coche" ni usaba trajes "de marca". Para mí, siempre fue suficiente un coche que anduviera los cinco días de la semana, y un traje sin demasiadas roturas ni demasiado brillo.
Durante 25 años me dije a mi mismo que en cualquier momento me podía zafar de aquello. Que no era más que un juego, una ilusión.
Durante 25 años me fui habituando a los pequeños lujos. A los restaurantes lujosos, a los viajes, a los caprichos electrónicos, a vivir -en una palabra- sin restricciones.
Ahora, de forma un poco forzada, tengo la oportunidad de volver a empezar. Literalmente, de cero. Y además, con la ventaja de contar con ciertos recursos. En otra ciudad, con más tranquilidad. Y no me atrevo.

Durante 25 años estuve seguro de saber las palabras mágicas. Pero al final, ahora que tengo la oportunidad de empezar de nuevo en un entorno distinto, no me atrevo. he olvidado las palabras magicas y estoy condenado a seguir hasta mi muerte en esta maldita cueva de Alí Babá.

Contraejemplo

Al despertar,
tu y yo
habíamos refutado
la ley de impenetrabilidad de dos cuerpos